jueves, 12 de enero de 2017

La tentación de Antonia


Tercer martes de julio y Antonia demoraba su arribo a casa por segunda vez, ahora con ocasión de uno de los variados eventos sociales de su oficina. David, quien no era reconocido por su espíritu social y fiestero, optó por esperarla en casa y sugerirle un servicio de transporte privado para el regreso, su única alternativa, pues en ningún momento de la escueta llamada fue invitado.
—Amor, voy al cumpleaños de Edna, saca un rato a Doctor al parque y pasea con él unos veinte minutos. No me esperes despierto.
El sonido del teléfono lo trajo de regreso de las cavilaciones con las que solía ver el noticiero de la noche: las repercusiones económicas de la invasión a Irak, la muerte de un dictador de este o del otro lado del mundo y el alza del dólar le habían hecho concluir que la importación de telas sería un buen mercado en los próximos años. En cuanto colgó con Antonia buscó su agenda y apuntó en una página en blanco las palabras “telas-llamar-sábanas”. Al final de la página anterior se mostraba otra frase escrita exactamente diez días atrás: “autos-depresiones-accidentes en diciembre”.
Se alistó para salir. Llamó a Doctor. Desde los primeros meses se había esforzado porque el perro reconociera su característico silbido y ahora, siete años más tarde, uno solo era suficiente para que el labrador chocolate corriera a su encuentro desde el patio de la casa. Recordaba haber elegido el adusto nombre una noche en la que tomaba un par de cervezas con Antonia, y pensaban dónde instalarlo dentro del modesto apartamento que ella habitaba por entonces, un arrebato infantil al que no encontró oposición. Todavía eran novios.
—Seguramente se imagina que hay un banquete —pensó David en voz alta al tiempo que depositaba las llaves en el bolsillo, pero cuando el perro vio la pelota en la mano del amo se alistó junto a la puerta.
Como no tenía afán y saldrían al parque del condominio, a dos manzanas de la casa, prefirió dejar el collar. El paseo demoró unos cuarenta minutos hasta que Doctor vino a echarse a sus pies y perdió interés en la pelota, por la que tuvo que ir David hasta los columpios donde un par de gemelas de unos diez años discutían sobre cuál de las dos tenía el balanceo más brusco. Al inclinarse a recogerla no pudo evitar notar que el título se lo llevaba la de la izquierda, su lado favorito.
De regreso entraron al supermercado, compró dos panes y una bebida a base de canela. En el camino, de manera displicente, iba poniendo en el hocico de Doctor pedazos de pan a medida que andaban. En ese instante pasó por su cabeza que en los cuarenta minutos de paseo había interactuado más con el perro que con Antonia en lo que iba de la semana.
Era su segunda semana de vacaciones, esa noche el período alcanzaba su mitad exacta y lo sabía. Desde niño, había aprendido a contarlo todo: los pedazos de salchicha que su madre le servía en el plato, sus pares de zapatos, el número de horas que estudiaba cada semana en la biblioteca siendo estudiante universitario y últimamente los días que le restaban para volver a la rutina. La extrañaba.
Diseñador industrial de profesión, para distraer su ánimo en vacaciones había regresado al club de ajedrez abandonado años atrás; tomaba dos cursos de una hora todas las tardes y recordaba varias de las aperturas que en la adolescencia dominaba a la perfección.
Al volver del parque, David estaba decidido a pasar las horas con un rompecabezas que había encontrado en un baúl mientras arreglaba un poco sus instrumentos de dibujo, se trataba del regalo de su jefe en su último cumpleaños: La tentación de san Antonio de Salvador Dalí, una réplica de 1500 fichas plastificadas que sin duda encajarían delicadamente. Despachó al perro y se encerró en el estudio en el que por la tarde había despejado premeditadamente el amplio escritorio.
Antonia volvió y lo encontró despierto todavía; se sorprendió al verlo desde la sala encerrado y dando vuelta a las fichas de un rompecabezas que ignoraba que tuviera en casa e imaginó que lo había comprado al volver del curso esa tarde. Sin embargo, no tuvo ánimo de preguntarle su procedencia. Lo saludó en la distancia y lo invitó a no quedarse mucho tiempo más, estaba cansada y se iría a dormir. Minutos más tarde, en el cuarto, cuando David removió un poco la cama al sentarse, Antonia prefirió hacerse la dormida y él lo notó. Esa noche decidió poner todas las fichas con el diseño hacia arriba y agruparlas por colores, las dejó de ese modo al cerrar el estudio.
A la mañana siguiente, David preguntó a Antonia cómo había estado todo y ella concisamente respondió que habían ido a un restaurante italiano.
David había aprendido desde niño que las cosas, sin importar de qué tipo, se hacían un paso a la vez. Tres noches después, viernes, retomó el rompecabezas. Allí, contemplando las fichas y sus múltiples variaciones de grises y añil, escogió buscar las esquinas y los bordes, juntándolos sin atreverse a encajarlos. Después repasó lo aprendido en su clase con la lectura de las fotocopias que les habían entregado en la sesión a los asistentes. Esa tarde, mientras volvía del curso, Antonia le había avisado con un mensaje de texto que se demoraría porque tenía mucho trabajo y prometía reponerle el tiempo perdido en las últimas noches el fin de semana. Más tarde, cuando se cansó de leer y esperándola todavía despierto, David contó todas las fichas del rompecabezas por decenas, le pareció que una faltaba, pero al final se dijo que más adelante rectificaría su cuenta. Se fue a dormir sin que ella llegara.
Jefe de servicios en la Unidad de Cuidados Intensivos, Antonia había tenido una carrera de ascenso meritorio en los primeros años. Sin embargo, llevaba tres con el mismo cargo y esto la ofuscaba, solía hablarle a David de lo frustrada que se sentía, de su necesidad de nuevos retos, de ese estancamiento del que creía que nunca iba a salir. Nunca y siempre hacían parte de sus palabras favoritas:
—Es que tú y yo nunca vamos a ningún lugar divertido, siempre los mismos restaurantes elegantes, me aburren.
—Es que Jaime —su jefe— nunca ha querido escuchar mis ideas de mejora para el hospital, y tú tampoco —solía decirle a David mientras desayunaban, si amanecía de mal humor.
Desde niña fue el centro de atracción, a pesar de ser la mayor de tres hermanas y de haberse ausentado desde muy joven de casa para ir a estudiar al exterior; sin embargo, en todas las reuniones familiares era costumbre que ella fuera el tema de conversación, circunstancia a la que contribuían su desparpajo, belleza y prodigioso juicio para los asuntos académicos.
David, por su parte, había sido un solitario, siempre dentro del promedio de su círculo social. Los buenos ingresos de su padre le habían abierto de niño un camino en la sociedad con pago de profesores particulares, educación en el mejor colegio y, con algo de esfuerzo, en la mejor universidad de la ciudad. Ahora, años después, solía decirse que lo único que le quedaba de ello era un buen cargo, una calvicie incipiente antes de cumplir cuarenta y una leve cojera que lo hacía ladearse hacia el lado izquierdo, adquirida cuatro años atrás en un accidente en bicicleta por el que lo sometieron a dos cirugías.
El fin de semana lo apuraron entre visitas a los padres de ambos, llevar el perro al veterinario y hacer mercado, no hubo recompensa para David y fue la primera vez que Antonia le habló de una nueva doctora a su cargo con la que decía entenderse muy bien. Pocas habían sido las ocasiones en las que le notara tal entusiasmo por algo que se relacionara con su trabajo.
Había reparado en las primeras ausencias de ella desde la fecha de su cumpleaños, ese seis de abril Antonia llegó afanada y retrasada, en cuentas de él, diecisiete minutos, a un evento sorpresa organizado por la hermana de David y sus sobrinos. Allí empezó a convencerse de que ella lo creía poco perspicaz. Con una mentira piadosa pero demasiado obvia el esposo sintió ofendida su inteligencia, cuando al saludarlo ella le indicó que llevaba veinte minutos encerrada en el baño del lugar y que recién una empleada la había escuchado para abrirle la puerta. Al final decidió benevolentemente pasarlo por alto por tratarse de una celebración.
Los meses de mayo a julio tuvieron el aire festivo de los planes vacacionales, pero finalmente se habían ido al traste porque el hospital atravesaba ahora por un período de reestructuración que le impediría a ella pensar siquiera en alejarse de la ciudad. Después de esa noticia, el aire de los días se tornó rutinario en los silencios de Antonia.
El último miércoles de sus vacaciones, David se prometió terminar el rompecabezas. A lo largo de la semana había ido avanzando y poco a poco todo tomaba forma. Faltaba el cielo, unas cuatrocientas fichas que a simple vista parecían exactamente iguales. La tentación de san Antonio, pensaba, ¿qué tentaciones se representaría Dalí con el caballo gigante, los elefantes que parecían de ocho patas y las mujeres desnudas? Por otro lado, el enclenque Antonio que se defendía con una cruz de palo. ¿Podría alguien ignorar las tentaciones del mundo detrás del escuálido símbolo? Seis horas después se detuvo, casi terminaba, pero el cansancio lo vencía.
Antes de subir al cuarto pasó a la cocina por un vaso de agua, desde allí quiso tomar un poco de aire y abrió la puerta contigua que llevaba al patio. Doctor roncaba. En los primeros años de casado, Antonia recriminaba a ambos por ello, por supuesto al perro, lejos del área conyugal, poco le había importado.
Lavó el vaso en modo automático. Pensaba en lo feliz que debería ser aquel perro y en lo apacible de sus ronquidos como dueño del patio, envidiaba su libertad, desprendido de silencios incómodos o de comentarios condescendientes.
Al día siguiente retomó la labor, extrañamente, Antonia llegó dos horas antes de lo acostumbrado y, después de una cena rápida de microondas, se fue a leer un rato en la cama. Él prometió alcanzarla cuando terminara, labor a la que le calculaba unas dos horas, pero que en el último momento se le dificultó porque no encontraba una ficha. No podía creer que la hubiera extraviado e incrédulo buscó en las repisas del estudio y bajo todos los muebles de la sala; tampoco podía sospechar de Doctor, al que le había impedido acercarse, encerrándose por completo.
Rendido, volvió al cuarto. Antes de eso pasó la hoja del calendario de la sala, desde hacía una hora vivían en agosto.
Contó los ochenta y siete pasos en el regreso: treinta y ocho desde su escritorio hasta la escalera, que incluían una entrada fugaz a la cocina para revisar que la luz estuviese apagada, veintitrés escalones en ascenso, quince pasos a la entrada de la habitación, once para rodear el cuarto y llegar a su lado, el izquierdo, de la cama.
Subiendo por la escalera recordó que su agenda estaba en la mesa de noche, llevaba días sin usarla y la echaba de menos. En el cuarto, Antonia colgaba el teléfono presurosa, no lo había escuchado llegar y él fingió ignorarla entrando rutinariamente por la puerta, mirando al piso, como queriendo encontrar la pieza extraviada. Ella le dijo de inmediato que desde el día siguiente, o mejor, desde ese mismo día en la tarde, se ausentaría, de nuevo el famoso fin de semana del Comité Semestral de Hospitales Locales, en el que ella fungía como relatora. También dijo algo sobre el hecho de que le parecía increíble que ya hubiesen pasado seis meses; no tenía que ir a la oficina y hacia las cuatro de la tarde, Jaime, su jefe, pasaría por ella para llevarla al eterno evento.
David se sentó pesadamente en la cama, buscó la agenda en el cajón, la abrió donde estaba el lápiz que le servía como separador y repasó las frases escritas. La primera de la penúltima página, consignada allí unos cuatro meses atrás, decía “marzo y octubre, los meses del famoso comité semestral, no interrumpir fines de semana de Antonia”.
Se metió bajo las cobijas y le dio la espalda, había encontrado la última pieza de su rompecabezas.
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*Texto publicado en la Antología 2016 de la Red de Escritura Creativa – RELATA como cuento representativo del Taller Literario José Félix Fuenmayor de la ciudad de Barranquilla – Colombia:
http://www.mincultura.gov.co/areas/artes/publicaciones/Documents/Antolog%C3%ADa_Relata_2016_PDF_Final.pdf

domingo, 9 de octubre de 2016

…Opinión al margen…


Transcurren varios de los días más nefastos para la historia de mi país desde que estoy vivo.

Vertiginosamente nos hundimos en esta pesadilla que nos dejó el resultado del plebiscito del 2 de octubre, poco más de cincuenta mil votos inclinaron la balanza en favor del No. Fue el funesto adiós a la posibilidad de empezar a construir, en paz, un país de menos guerra y más educación, de más justicia social, porque es claro que no era más que eso: una posibilidad, pero lo era.

Me acuso de haber creído incauto que los resultados nos serían favorables (claro, soy un firme convencido de que el Sí era la opción que más “nos” convenía) pues, ahora me pregunto si por fortuna, me he rodeado en el mundo (real y virtual) de quienes a lo largo de su vida han asumido posturas liberales, progresistas, comunitaristas.

Así, estos días he visto aflorar entre amigos y familiares sentimientos de ira, desesperanza, frustración.

Sin lugar a dudas, la tristeza también ha invadido mis noches desde el resultado y la sensación con el recuerdo se va pareciendo cada vez más a la de una decepción amorosa. Nada extraño, si se piensa, el despecho es con los compatriotas, mayoría, que votaron por la opción contraria y, aunque las explicaciones pudieron ser muchas, gran parte de la indignación la vertimos sobre la impotencia que genera la falta de una oposición clara, responsable y propositiva, fenómeno que ha quedado en evidencia desde el momento mismo en que se anunciaron los resultados definitivos.

Lo que al día de hoy tenemos es el oportunismo de algunas cabezas que se adjudican la posición del vencedor, que dicen tener unas condiciones inamovibles para la consecución de una paz estable y duradera, pero que a la larga no están haciendo más que improvisar. Una semana después de los resultados apenas salen los primeros comunicados y proposiciones concretas, muchas de las cuales amparan la impunidad y resguardan los intereses de unas clases políticas y sociales vinculadas a fenómenos de desplazamiento forzado, despojo de tierras y de ejecuciones extrajudiciales, entre otros. Las mencionadas propuestas se la juegan por desconocer la justicia de transición y condenan en el olvido nuestro derecho de conocer la verdad de lo sucedido en los últimos años en torno al conflicto armado; ciegan con ignorancia el justo reclamo que como población civil debemos a los responsables de tanta atrocidad.

Mención especial merece el montón de incautos que creyó en las vociferaciones de los vendedores de humo, que abusando de su autoridad, credibilidad y de la buena voluntad de sus allegados, difundieron mentiras de todo tipo logrando imponerse a través de la desinformación y el miedo. Muchos de esos votantes, hoy como todos, ven las nefastas consecuencias de la decisión a nivel político, social y económico; el voto se les ha hecho indefendible en el escenario cotidiano. A mi juicio resulta difícil discutir, si se es un ciudadano de a pie sin intereses políticos o económicos claros en la continuidad del conflicto, con un acuerdo juicioso, mesurado y responsable como el alcanzado.

Lo cierto es que estamos así gracias a que como masa siempre hemos sido tal como nos lo pinta este momento de nuestra historia: mediocres y egoístas.

Aún no vuelven a sonar las trompetas de la guerra, falta poco menos de un mes para que se levante el cese al fuego bilateral extendido y mientras tanto las partes (que ahora son tres) juegan al ajedrez, cada una al ritmo que más le favorezca. Curiosamente ese juego versa sobre reuniones que fraguan los grandes politiqueros de siempre, como viejos amigos, una burla a las víctimas y a la sociedad civil cuando esos mismos encuentros, y aquel tan sonado consenso nacional, pudieron haberse llevado a cabo por lo menos cuatro años antes.

En las opiniones políticas diarias hay sentimientos encontrados, espaldarazos (tal vez más internacionales que nacionales) y detractores. A mí personalmente me cuesta imaginar en qué momento una desazón comunitaria se apoderó de nosotros tan agudamente.

Aún así, el grueso de los nacionales, cándidos todos, esperamos desde la saciedad de nuestras rutinas las noticias del día a día. De pronto asistimos a una marcha acá, firmamos una petición por allá o hasta nos atrevemos a instaurar acciones legales, pero hay que decir que muchas de estas acciones carecen de una contundencia que vaya más allá de la emotividad. La mayoría son una muestra de respeto y sensatez, exigen el cambio de balas por banderas blancas y se representan en gritos de consignas en favor de un mejor país. Hay lágrimas en asistentes y espectadores

Se vienen nuevos días de drama y cada uno de nosotros vuelve con decepción a sus tormentos de los últimos años. Mientras tanto, la democracia nos muestra en ejemplos de varias naciones que puede ser perfectible, con los días surgen nuevas y mejoradas distracciones mediáticas y el universo continúa expandiéndose. Esperemos que antes de que el daño de huracanes, elecciones de tiranos o reformas tributarias nos alcance, se nos permita, como consecuencia de algún nuevo suceso caótico, construir el tan anhelado posconflicto.


domingo, 28 de febrero de 2016

…los improperios de Judas…

Se me ha ido la paciencia y cómo no, Jesús es como uno de esos líderes sobre los cuales uno no se explica cómo han llegado a donde están; que te da instrucciones que se contradicen con lo que ha dicho antes y que aun así espera que cumplas en el acto. Lo mismo pasa con algunos de los presidentes del Sandrin o con los recaudadores de impuestos, ¿cómo puede haber hombres de tan pocas cualidades con tanto protagonismo?, no importa, pudiendo elegir otro hombre, otras características, otra personalidad, el padre, dice el mismo Jesús, ha optado por él.

Ahora me pregunto cómo me convenció, yo, que bien podría haber llevado una vida corriente, tener una parcela, o ser artesano, pescador o agricultor, que fácilmente podría salir en las mañanas templadas al campo y volver en las tardes a disfrutar de la comida, a juntarme con mis amigos o a gozar de mi mujer; yo, que fácilmente podría haber optado por las labores que le son comunes a todos los hombres: tributar, descansar los sábados, reunirme con mi familia en las fiestas. Yo, que imaginaba de joven una vida apacible, opté por creerle a un loco.

Un loco que, según dice, vivió una profunda experiencia que le hizo descubrirse y encontrar su misión, donde conversó con dios, ¿cuál dios?, ¿se tratará acaso de mi mismo dios?

Y tampoco es que sea el primer hombre en querer reunir discípulos, ejércitos, allegados alrededor con misiones particulares, yo mismo debería tener mi propio combo. Pero me vine a reclutar con el presunto nuevo hijo de dios, sin duda que con los años llegarán otros que se van a querer autoproclamar de tal modo.

A pesar de sus ínfulas de grandeza, a veces se mostraba jocoso, en ocasiones era difícil reconocer si hablaba en serio, sobre todo cuando instruía sobre la voluntad del padre, ¿cuál padre?, ¿el suyo?, ¿José el carpintero? Hay que aceptarlo, un tipo normal con buen humor, por eso me comprometí con su teatro.

No importa, ya estando acá, se hace lo que se hace, porque uno tiene que hacer lo que tiene que hacer, y yo me comprometo, yo milito con todas las ganas. Me he vuelto el hombre detrás del hombre, y ya entrados en gastos me reafirma la idea de poner a temblar un poco a las instituciones, de ganar seguidores y ser popular por andar con Jesús. Es que este prestigio no se consigue en ningún otro lado, no por estos días.

Así pues, y ya estando adentro, cada uno cumple su función. A mí me ha tocado venderlo, por su orden directa, por línea de mando y estoy acatando, después de todo alguien tiene que hacer el trabajo sucio. Entonces que me digan villano, traidor, codicioso, me considero lúcido después de todo, solo estoy cumpliendo con mi misión, me comprometo con las causas.

Y como cada uno tiene que hacer su parte, a mí no me ha tocado la más loable. Lo que hice es disciplina, sacrificio y hasta un acto de piedad.

Creo que es una buena oportunidad para salirme del grupo, para que tanta fanfarronería se acabe y buscar una vida de verdad. Hombres que andan detrás de un hombre que estrepitosamente predica valores que todos hemos conocido en casa: amor, respeto, tolerancia, abnegación, entrega, caridad; ¡por favor!

Y los otros, borregos, ¿acaso no se lo preguntan? siempre lo mismo, con esa falta de criterio, que maestro para acá y maestro para allá. ¿Por qué cada uno no puede interpretar las escrituras a su modo?, ¿por qué cada cuál no cumple la ley como la entiende?, ¿por qué tiene que haber una ley?, ¿por qué sostener con nuestros tributos al imperio?, ¿por qué unos pocos concentran las tierras y los cultivos y no los distribuyen entre mendigos y enfermos? Hoy me declaro en contra de los mesías, de los rabinos, de los sacerdotes y los prefectos.

He entendido que el padre se revela por sí mismo, que Jesús o cualquier otro no sirven más que a su propio ego y que los demás fuimos unos incautos. Pero ellos me critican, me acusan, quieren hacer justicia con sus manos, ¡zánganos que no entienden!, es que esto no se trata de ellos o de mí, ni siquiera de ese tal Jesús que no es más que un títere, una representación. Yo mismo tendré que ser reemplazado en eso de ser “pescador de hombres”.

¿Y ahora qué debería hacer?, ¿entregarme?, ¿por qué?, ¿acusado de qué?, ¿arrepentirme?, ni hablar. Mejor partir, mi conciencia está limpia; no contemplo la posibilidad del suicidio o de dañar a alguien más, sencillamente la de retirarme a llevar una vida como la de cualquier otro.

Después de todo, Jesús y yo no somos más que un par de judíos, él tan humano como yo, yo tan hijo de dios como él.


domingo, 31 de enero de 2016

…Elena, cine y café…

Una noche cualquiera le escribo que no todo entre nosotros debe tener cara de pugna. Sin embargo sé que es un hecho coherente con esta experiencia, barranquillera, donde casi todo me sabe a rock, a resaca, a discusiones, a encuentros y desencuentros, a olvidos.


–Estoy confundida- me dice. Creo que, como me lo dijo un día Carolina, esa confusión a la larga no va a servir más que para el redescubrimiento, para que se formalicen sus planes y sea muy feliz con su familia promedio.


-Dímelo, dímelo- insisto yo con desespero frente a sus notorias evasivas ante mis preguntas sobre el futuro. Quiero llenar esos silencios de libros, de expectativas con ella, de poemas de Sabines donde se mande todo a la mierda o se hable del suicidio.


–No todo lo tenemos que hablar- me espeta indignada. Después me pasa las manos alrededor del cuello y simula ahorcarme con toda su fuerza como queriendo callarme para siempre.


La primera vez que te vi, Elena, tuve la sospecha de tu terquedad en esa mirada tan expresiva como displicente que te acompaña; -es que no me gusta la gente- me has dicho. Claro que no te gusta la gente, no hace falta que lo digas.

Recuerdo que lo más impactante para mí en ese momento fue descubrir que tenías una opinión tan formada sobre cine, tan certera y tan diametralmente opuesta a la mía. Me sorprendió para un gusto que por años he considerado de mis fuertes.

Mira que mujer tan inteligente y tan atractiva -le dije a Barranquilla- tiene cierta alegría/amargura costeña y al respecto nada le importa, intenta desbordar lo sensata y lo profesional en todos sus colores.


En buena parte de nuestros encuentros reinan los silencios, que de común acuerdo no tienen que ser incómodos. Silencios que huelen a su cabello y a sus preocupaciones, a sus “no debiste irte, debiste haber seguido a mi apartamento que la conversación estaba muy agradable” de algunos días; a los colores de todos sus mandalas.


Cuarenta y cinco, cuarenta y seis, cuarenta y siete, cuarenta y ocho, -¿cuánto es, señor, y por qué tan caro?-. Pasaban los días entre agradecimientos mutuos y buenas excusas para salir a caminar.

Después de mucho manifestarte que estaba completamente cómodo contigo, tú hiciste lo propio con la valentía que brinda una noche de cervezas. Vinieron los besos, los mordiscos, la carne que se estrella contra la carne. Dolor.

Hubo llanto, ha de llamarse culpa. Momento memorable para mí, Elena.

-Mira tanta humanidad en una misma noche-, le dije a Barranquilla.


Entre nosotros siempre hay películas, caminatas y discusiones tan obtusas como cotidianas; también preguntas dementes: ¿preferirías ser un pulpo o una estrella de mar?, ¿qué género musical te gustaría ser?, ¿y si tuvieras que ser una figura geométrica?


Tuve el acierto de dedicarte las canciones precisas, cosa que rara vez sucede, casi una diaria, muchas hablaban de lo nefasto de los domingos.

-No tengo nada que ofrecerte ni estoy en disposición de recibir, ahora mismo, nada de tu parte- repetías.

Antes o después de esa letanía hablábamos sobre la dificultad de encontrar a alguien con quien empates, con quien compartas muchos gustos y cuya personalidad no te genere problemas.


Que gusto pasar los fines de semana a su lado, que el plan surja de forma tan natural y que de esa forma natural cada uno encuentre la manera de irse sin ser despedido, pero sabiendo que estorba. Así como hay un dicho que reza que es mejor llegar a tiempo que ser invitado, debe haber alguno que aluda a que es mejor irse a tiempo que ser despedido.


Supongo que algunas desilusiones se ligan al hecho de que conoces a alguien demasiado, o a que hay cosas de esa persona que un día dejan de sorprenderte.


De su relación, la real, no tengo idea aunque a veces me ha ganado la curiosidad y he preguntado, otras veces solo imagino. De cualquier modo sé sobre ese alguien a quién quiero identificar como Minestrón y que es su pareja de toda la vida, he visto fotos de ambos en las redes sociales, es un tipo moreno aunque no tanto como a mí me habría gustado ser. Me pregunto si con él también lee.


Elena y yo leemos de vez en cuando, generalmente soy yo el que lee y ella la que escucha. Un fin de semana cualquiera en la primera noche me leyó un pequeño texto sobre el suicidio (tema apasionante) escrito por Milan Kundera; la segunda noche fue mi turno con un cuento de Murakami que la puso a dormir en la quinta página.


Imagino que a los dos nos cuesta trabajo expresar lo que sentimos, sin embargo especular se nos da y al final tocábamos todos los temas, sin mirarnos a los ojos, como hemos hecho con casi todo lo importante a lo largo de estos meses. Y nos creíamos dioses cuestionando la biblia, burlándonos de los horóscopos, derribando el capitalismo con sueños absurdos y haciendo premoniciones sobre nuestras horribles muertes.

-Me gustaría que alguien nos grabara, como en un reality show, para tiempo después vernos y reconocernos en lo trascendente, y absurdo, de nuestras conversaciones-, te decía.  

-Mira que ridículo es el amor-, le decía a Barranquilla.


Más de una vez nos hemos tomado del pelo haciendo un llamado al otro a que se “desmovilice”, esto es: que deje de mirar su teléfono por el tiempo que estamos compartiendo juntos. Ese fin de semana cualquiera la batalla la ganó ella, estuvo pendiente del teléfono los dos días, entiendo que alguien la estaba convidando a una fiesta, algo me contó, supongo que también conversaba con Minestrón


-Es que yo no tuve la intención de desaparecerme todo el fin de semana como tal vez tú sí- fue su respuesta a mi reclamo por su intensidad con el teléfono; ante lo cual no tuve nada más que decir.


Esa noche ya desde mi casa me ofrecí a terminar de leerle al teléfono (dejándole grabaciones) el texto de Murakami que la había abrazado en sueño la noche anterior, fue una idea que la entusiasmó.


Un día hace muy poco y sin que la viera venir llegó su despedida, que no se ha consumado pero que tiene las horas contadas. Las consecuencias para mí ya las imagino: soledad, aislamiento, amargura, deseos de volver a la zona de confort, escribir.


Después de eso es probable que venga la ilusión de conocer de nuevo a alguien, las conversaciones, la carrera por besarla, amarla y olvidarla.


Supongo yo que hasta el momento verla es lo que palía mi ansiedad bajo este cielo despejado y caluroso, a veces imagino que en los meses por venir será la verdadera prueba, el ostracismo absoluto y la nostalgia de los amigos. Y ahí haré memoria a estas memorias de nuestros fines de semana. Y haré memoria a los celadores de su edificio cuyos nombres desconozco pero que me saludan de forma tan efusiva.


Ahora mismo todo es una pugna, no tiene que ser, pero es como es.


Los juegos de cartas, enseñarte algunos tontos trucos. Notar como todo contigo sale naturalmente, tu sabor es el del cielo, el mío es de la oscuridad. No querer irse nunca, que suenen algunas canciones de trova desde el fondo de una habitación que nos ha visto más desnudos que con ropa.


Nuestros últimos encuentros han sido más parcos que el primer día que nos vimos. Uno de ellos se trató de una comida con muchas grasas saturadas y de palabras que no fluían en una conversación forzada llena de cotidianidades. Creo que a través de su teléfono agendaba una cita en su nuevo trabajo o alguna cena romántica, no me importa.


Después de unos días de silencio de tu parte y en el marco de un encuentro a medio planear, las palabras se me atoraron en la garganta. Minutos después de despedirnos te escribí algunos mensajes, “estoy triste” coincidimos en decirnos.

Que difíciles las despedidas, que fuertes que son, que fuerte lo que siento por vos. Tal vez nos merecemos un mejor recuerdo, Elena, gracias por todo el intercambio literario. Gracias por todo el intercambio vital.

-Me gané la lotería pero se me fue el boleto de las manos-, le dije a Barranquilla.


Viéndolo, creo que han sido más sinceros los intercambios a través de correo electrónico que esas últimas visitas que se han llenado de sus respuestas agónicas y de mis ladridos de “quédate, no te vayas, yo tampoco tengo nada para ofrecerte pero estará todo bien, bella Elena”. Se va apagando.


Cuarta, quinta o décima vez que lloro por una mujer.


Palabras al vacío, promesas que no se cumplen. Es mejor no despedirse.


La primera vez que te vi, Elena, tuve la sospecha de tu terquedad.


lunes, 31 de agosto de 2015

…decadencias…

Una de mis primeras novias solía decir que yo escribía horrible, que me faltaba estilo, pero sobre todo estética. Tendrá razón hasta el fin de los tiempos.

Me acostumbro a caer en falsas modestias, a expresarme con ironía, a tener reflexiones absurdas sobre vicios que consumo y que me corroen. Últimamente caigo en torpes seguridades y en mil frustraciones relacionadas con la soledad, esa bella experiencia que conjura la independencia.

Algunos dicen que felicidad es recordar los momentos que ya no están, en este caso las visitas furtivas, los mensajes cifrados, escapar de la oficina, discusiones paradigmáticas, que las manos se tomen, un plan conjunto, los sentimientos y los resentimientos.

Supongo que felicidad también es tomar una decisión de todo o nada, donde el todo son tus hermanos y la nada la incertidumbre.

Hay soledades con nombres propios, en este caso soledad es María Belén antes de la media noche, es ese momento en que ella se baja del taxi y en el que reconozco que cuando la vuelva a ver ya no va a ser como antes. Soledad es esa promesa de vernos al día siguiente por última vez un par de horas antes del vuelo y es robar ese último beso de su boca antes de que descienda.

Soledad es ir el resto del trayecto taciturno y reconocer en el retrovisor que el taxista también se acongoja con esa falsa promesa.

Soledad es que de manera tan diplomática ella salga de tu vida.

Soledad es que cuando llegues a tu destino el taxista te desee un buen viaje.

domingo, 28 de junio de 2015

…Linda…

Hoy vi a Linda, hace 2 años largos no la veía. 

Recuerdo que esa vez, por allá en el diciembre de 2012, me alegró mucho el día (y el mes) verla, tanto que terminé por comprar más regalos de los que me había presupuestado para entonces. Mi familia fue la gran beneficiaria de mi encuentro furtivo desde el Transmilenio con Linda.

Seguía estando igual: altiva, esbelta, erguida, delgada, elegante… en ese momento la vi pasando la calle desde la ventana del bus, no me costó mucho trabajo reconocerla, era ella sin duda.

Para el año 2010 Linda fue mi pareja de baile de manera transitoria, montábamos una milonga en el grupo al que pertenecíamos y por los azares de la vida los profesores estimaron que ella y yo seríamos la pareja más notoria, juntos estaríamos al frente y en el centro.

Para entonces yo no la conocía y tampoco lo pude hacer tiempo después, mi novia de turno hacía parte del mismo montaje y era un tanto celosa, además Linda no era particularmente habladora. Lo único que me llegó a contar entre ensayo y ensayo es que me llevaba más de 10 años (yo le hablé de mi edad, 22 para entonces) y que jamás en la vida había trabajado. Estaba haciendo un doctorado ahí en la universidad y en par meses se iría a Alemania, todo en su vida, todo, hasta entonces, se lo habían costeado sus padres.

Linda hacía pleno honor a su nombre.

Ensayamos unas cuatro o cinco veces, no lo sé, faltando dos semanas para la presentación Linda no volvió a los ensayos, nadie sabía su número, su correo, nada, solo sabíamos que hacía un doctorado en la Nacional.

Para aquel día de diciembre cuando la vi desde la ventana juré que si la vida me la volvía a poner de frente le hablaría, le preguntaría cómo le había acabado de ir con su doctorado y claro, si sus padres aún le daban para el bus.

Tuvo que ser 7 de abril de 2015 para encontrármela de nuevo, sucedió siendo la tarde de un martes cansado y rutinario en la estación de Transmilenio más cercana a mi oficina, subimos al mismo bus y la reconocí desde el primer momento, tiene la misma “lindura” de los días en que bailábamos. De pie me acomodé a su lado, la miré fijamente, no fui capaz de hablarle, no supe o no quise saber cómo decirle – ¿Linda? ¿Linda Rincón? ¿Me recuerdas?-, ¡no!; por todo lo que duró el trayecto y estando a su lado la contemplé de manera casi descarada. Noté que se sintió intimidada, cambió algunas veces de postura, me miró de reojo, palideció. En fin.

Tarde advertí que había llegado a mi destino, tuve que salir a empujones, sin despedirme, sin una última mirada. Había perdido la oportunidad de hablarle, sin embargo, en el recorrido le noté esas maneras elegantes que recordaba y algunos libros en su maleta, pienso ahora que a lo mejor se dedica a la docencia. Especulo.

Absorto pasé la calle; había perdido el chance y ya no me juré nada, -si la vuelvo a ver la disfrutaré, la recordaré en esa milonga de hace 5 años y nada más- me dije. Del otro lado de la acera tuve la sensación de ser observado, últimamente me cerca la paranoia, la seguridad no es la sensación que más me transmite la ciudad por estos días, agité la cabeza y pasé rápidamente la mirada a todas partes en busca de amenazas.

Del otro lado de la avenida Linda me miraba expectante, revisaba su bolso y me clavaba esos bellos ojos verdes, quise sonreírle pero al advertir mi mirada bajó la suya, cerró la cremallera de su bolso y echó a andar presurosa hacía el oriente, dirección opuesta de donde vivo, de seguro que se fue con la sensación de que yo la miraba de manera insistente en el bus porque la quería robar. De seguro no se acordó de nuestra milonga.