viernes, 12 de junio de 2009

...pócimas…

¡Ah! Que nauseabunda noche de viernes, que puta madrugada de sábado.
¡Ah! Es que todo tiene un sentido tan mío, tan tuyo. Bien, ya sabíamos nosotros que tarde o temprano pasaría, y prometimos no dejarnos afectar, ¿recuerdas? Pues bien, ahora me doy cuenta que no pudiste. ¡Já! Con ese nadadito de perro. Bueno, mi vida también está en el caos y quizá lo primero que haga después de publicar esto sea buscarte y desbaratar todo. ¿Quién da más? dice una buena amiga por estos días, pues bien, yo no soy, yo no doy por mi ni por nadie.
Doy más por Tomás, el que no improvisa, que es un rabón, misógino, odiado, dañado, profano. Tomás, el mejor y el dueño de este pedacito:

Tuvo que pasar algún tiempo antes de que los encuentros se volvieran habituales de nuevo, hasta entonces solo supe que al recién nacido lo habían llamado Jesús o Valeria. Jamás le vi después de que naciera; lo cierto es que compartíamos en numerosas ocasiones la misma cama los tres, y le sentía tan cerca, como haciéndole daño, pero para entonces no me importaba, después de todo a ella, un tanto mayor que yo y también menos responsable, le encantaban nuestros encuentros pasionales aún en su estado, éramos tres cuerpos normales, de esos que sienten, que padecen y se enferman. Un Tomás, una Claudia y un Jesús o una Valeria en el mismo orgasmo.
Ese día, un par de meses después supe cual había sido su nombre. Era martes o jueves y se hacía lentamente de noche, no éramos más que un par de cuerpos exhaustos y desnudos que se miraban con recelo, con ganas de hacerse daño.
-Estás desbaratando mi vida de a poco y un día de estos uno de los dos va a terminar bien muerto- fue lo primero que me dijo.
Yo, impávido, feliz, grotesco e indefenso –siempre he creído que nadie está más inerme en la vida que después de un orgasmo- solo miraba por la ventana a través de su cuerpo.
- Mírame cuando te esté hablando- me dijo levantando la voz
- Lo hago- respondí
- Me tomas por una idiota, siempre lo haces- me dijo al tiempo que se sentaba al borde de la cama.
Era hermosa, delgada y serena de cuerpo, los partos no habían dejado huella en esa piel morena ni en la forma de su figura. No dijo nada más por unos cinco minutos, buscó algo en el bolso pero no lo halló; mientras tanto yo solo cambiaba canales sin rumbo, y bueno, la oferta no era amplia: noticias – porno – porno – música – porno, y así.
-No sé ni porque lo sigo haciendo, ya no eres el de antes, Tomás, –irrumpió de nuevo- Esa tal, bueno, esa zorra no hace más que exprimirte, no te deja tiempo para mi, ni siquiera para que un día como hoy recuerdes traer los cigarros. Estoy harta.
-Yo más, Claudia, eres buena pero como bien lo has dicho: alguien va a terminar mal; espero no ser yo.
-Siempre piensas en ti, no tienes corazón, el mismo patán, no entiendo cómo es que ella te soporta – me dijo al tiempo que alargaba su mano a mi cara; me sujetó fuerte y quiso hundir sus largas uñas en mi rostro – eres lo peor que me ha pasado.
-Te odio- le dije
-Yo más- respondió sin un atisbo de pudor en los labios.
Se tiró entonces de regreso a la cama, encima mío, me ardía el rostro y lo notó por mi expresión, me besó y de nuevo sus manos pasaron por mi cuerpo, ahí estábamos como en cada cita, discutiendo, odiándonos, amándonos, ella en casa de su madre, yo en clase de financiera; el mismo par de intransigentes, la señora de la casa y el novio modelo, el que le propuso matrimonio a Milena el domingo.