domingo, 28 de junio de 2015

…Linda…

Hoy vi a Linda, hace 2 años largos no la veía. 

Recuerdo que esa vez, por allá en el diciembre de 2012, me alegró mucho el día (y el mes) verla, tanto que terminé por comprar más regalos de los que me había presupuestado para entonces. Mi familia fue la gran beneficiaria de mi encuentro furtivo desde el Transmilenio con Linda.

Seguía estando igual: altiva, esbelta, erguida, delgada, elegante… en ese momento la vi pasando la calle desde la ventana del bus, no me costó mucho trabajo reconocerla, era ella sin duda.

Para el año 2010 Linda fue mi pareja de baile de manera transitoria, montábamos una milonga en el grupo al que pertenecíamos y por los azares de la vida los profesores estimaron que ella y yo seríamos la pareja más notoria, juntos estaríamos al frente y en el centro.

Para entonces yo no la conocía y tampoco lo pude hacer tiempo después, mi novia de turno hacía parte del mismo montaje y era un tanto celosa, además Linda no era particularmente habladora. Lo único que me llegó a contar entre ensayo y ensayo es que me llevaba más de 10 años (yo le hablé de mi edad, 22 para entonces) y que jamás en la vida había trabajado. Estaba haciendo un doctorado ahí en la universidad y en par meses se iría a Alemania, todo en su vida, todo, hasta entonces, se lo habían costeado sus padres.

Linda hacía pleno honor a su nombre.

Ensayamos unas cuatro o cinco veces, no lo sé, faltando dos semanas para la presentación Linda no volvió a los ensayos, nadie sabía su número, su correo, nada, solo sabíamos que hacía un doctorado en la Nacional.

Para aquel día de diciembre cuando la vi desde la ventana juré que si la vida me la volvía a poner de frente le hablaría, le preguntaría cómo le había acabado de ir con su doctorado y claro, si sus padres aún le daban para el bus.

Tuvo que ser 7 de abril de 2015 para encontrármela de nuevo, sucedió siendo la tarde de un martes cansado y rutinario en la estación de Transmilenio más cercana a mi oficina, subimos al mismo bus y la reconocí desde el primer momento, tiene la misma “lindura” de los días en que bailábamos. De pie me acomodé a su lado, la miré fijamente, no fui capaz de hablarle, no supe o no quise saber cómo decirle – ¿Linda? ¿Linda Rincón? ¿Me recuerdas?-, ¡no!; por todo lo que duró el trayecto y estando a su lado la contemplé de manera casi descarada. Noté que se sintió intimidada, cambió algunas veces de postura, me miró de reojo, palideció. En fin.

Tarde advertí que había llegado a mi destino, tuve que salir a empujones, sin despedirme, sin una última mirada. Había perdido la oportunidad de hablarle, sin embargo, en el recorrido le noté esas maneras elegantes que recordaba y algunos libros en su maleta, pienso ahora que a lo mejor se dedica a la docencia. Especulo.

Absorto pasé la calle; había perdido el chance y ya no me juré nada, -si la vuelvo a ver la disfrutaré, la recordaré en esa milonga de hace 5 años y nada más- me dije. Del otro lado de la acera tuve la sensación de ser observado, últimamente me cerca la paranoia, la seguridad no es la sensación que más me transmite la ciudad por estos días, agité la cabeza y pasé rápidamente la mirada a todas partes en busca de amenazas.

Del otro lado de la avenida Linda me miraba expectante, revisaba su bolso y me clavaba esos bellos ojos verdes, quise sonreírle pero al advertir mi mirada bajó la suya, cerró la cremallera de su bolso y echó a andar presurosa hacía el oriente, dirección opuesta de donde vivo, de seguro que se fue con la sensación de que yo la miraba de manera insistente en el bus porque la quería robar. De seguro no se acordó de nuestra milonga.