martes, 11 de agosto de 2009

…¡ese Henry sí es de buenas!...

Henry lo bauticé abusivamente, es que casi todos los Henr… (bueno, el plural de Henry) que he conocido son como él (con esa apariencia insípida y la contextura algo rechoncha, de seguro también es boyacense), y ahí está, en su taxi de placas capitalinas y una mujer distinta como cada vez que aparece, que lo mismo puede ser un mes o un semestre (ese Henry si es de buenas, es que hasta la envidia de macho me pone a pensar que son prostitutas, que el negocio de los amarillos no es para nada malo y que por tanto se da el lujo de montar una joven cada vez mas agraciada al lugar del copiloto). Voy llegando a mi apartamento después del trabajo y en el oscuro callejón por donde está el edificio como raro no hay más que indigentes aparcados a lado y lado intentando conciliar el sueño, hasta sé que algunos ya me reconocen pues yo a ellos hasta les echo de menos cuando uno de los espacios está vacío (ve, en este sitio se hace el de la barba quijotesca y hoy no está), podría decir que me generan cierta seguridad en medio del desolado paso; como a treinta metros, parqueado cerca a la empresa de zapatos reconozco a Henry, es el sitio más oscuro de todos (hola de nuevo amigo, bien, pero si es que hoy traes un verdadero manjar, ¡qué bonita muchachita!), y es que en cerca de año y medio lo he visto más de tres veces y siempre procuro caminar despacio al pasar por su lado (si, psicólogo y voyerista no son dos cosas muy distintas) pero esta vez es diferente, esta vez voy más lento, esta vez su acompañante merece toda mi atención (de seguro es la más joven que le he visto y nada raro la más cara), a medida que me acerco le reconozco una blusa diminuta y a él una camisa que si me preguntaran diría que es nueva (así como diría que jamás la compraría para mí), hay algo de música y el vidrio del lado de Henry está medio bajo, camino despacio y saco el celular para simular que busco algo con el ánimo de disminuir más la marcha. Es muy atractiva, la veo de cerca, no tendrá más de veinte (tan bonita, ese Henry si es de buenas), en algún momento la veo percatándose de que la observo y bajo la mirada, acelero el paso (no, no es prostituta, pues si tienes para una tan cara como esta de seguro también tienes para llevarla a un sitio de su altura, quien sabe de dónde la sacó, ¡ese Henry si es buenas!), guardo el celular avergonzado y busco rápidamente las llaves en mi bolsillo, la entrada está cerca; no, un momento, Henry me está hablando –venga chino- me dice (¿chino?), me acerco, a Henry ya lo he visto un par de veces a lo sumo querrá preguntarme donde está el motel más cercano, baja la ventana apresuradamente –usted vive por acá, ¿cierto?- (lo sabía, bueno pues de moteles conozco poco pero podría recomendarte el Luna Azul, El Manantial, Arrúllate, Casa Vieja, Luna Room, en fin, como verás no conozco casi así que no te seré muy útil) -¿cierto?- repite ante mi silencio y mi rápida recopilación mental sobre los moteles de la zona; por la ventana se ve la cara de un Henry rozagante y (contrario a lo que me imaginé) completamente vestido, de fondo ya no está la cara joven de su acompañante pero si una diminuta mini falda que amenaza con estrangular a ese sugestivo par de piernas –le tengo un negocio- me dice –me consigue media de néctar azul y se gana las vueltas- me muestra un billete de cincuenta en el bolsillo de su camisa –¿azul, reina?- le pregunta a su acompañante, me inclino para ver el rostro de ella pero es imposible, se maquilla usando el retrovisor derecho como testigo, no le contestó (bueno, media de azul no vale más de quince y la tienda no está lejos) –está bien- le respondo (no es solo la plata, es venir a ver ese par de piernas de nuevo) –acá está la plata, azul, no se le olvide ¿cierto reina?- de seguro la reina no le va a responder. Camino hacia la tienda que no está muy lejos y le compro media de azul al Dr. Henry (de seguro él preferiría Líder, como en su tierra, además es muy botado al darme todo el cambio, sí, de seguro es boyacense, en ningún otro lado son tan generosos), algo me hace apresurarme al regreso con Henry, la última vez que dijo -¿cierto reina?- su mano se posó apaciblemente sobre las piernas de ella, –de seguro ya se puso mejor la cosa- pensaba al dar la vuelta en la esquina, tal era mi aletargamiento que fue casi llegando al punto donde me habían entregado el billete donde vine a caer en cuenta que ni Henry, ni el Hyundai de algún modelo, ni la cara joven con piernas de musa estaban, no había nada, todos se habían ido, y yo tan feliz que volvía con la media de azul en la mano, el sonido de una patrulla a la vuelta de la siguiente esquina parecía ser el ultimo indicio de vida inteligente en muchos kilómetros, ¿que por qué se fue? no sé, le habrá ganado el apetito de buscar motel, se asustaría por el ruido de la patrulla (¿escándalo en la vía pública? Que me lo digan los abogados), la reina se habrá aburrido o le habrán dado ganas de ir al baño (con las mujeres nunca se sabe); lo cierto es que media de azul en la mano y sin poder tomar por recomendación médica (no, pero es que ese par de piernas merecen que me tome uno, ¡salud!) me voy para uno de los cambuches de mis escoltas nocturnos, -buenas, viejito ¿vio el taxi que estaba ahí parqueado?- me dice que no (en la calle nadie sabe nada, nadie vio nada a no ser que guarden un vinculo afectivo contigo, es la ley) –¿se quiere tomar esta de azul? Está destapada pero fui yo ahorita, fue solo un trago- le digo – si me di cuenta- responde (ahí si se dan cuenta). A Henry nadie lo vio arrancar, ojalá no me lo vuelva a cruzar porque ya no tengo mediecita para darle, ojalá por lo menos le haya merecido la pena la partida (¡es que ese Henry si es de buenas!).

martes, 4 de agosto de 2009

...residuos...

En otras circunstancias habría logrado intimidarme, tal vez en la pista o en el pizarrón, soy débil allí ante la gente como él, ha de ser porque no tengo esa forma primitiva de saber llamar la atención mostrando el tamaño de mi mordida, el alcance de mi salto o el de mi falo; pero acá no, este es mi sitio, sí, hay que reconocer que es bueno, pero acá, justo acá yo soy mejor, mucho mejor y lo sabe, se lo grito en la cara y no me discute, lo miro a los ojos y le hago saber de lo inoportuno de su presencia, no se inmuta, me mira desafiante y acaricia mi trofeo. –Vale- le digo –te lo dije-, juguetea a mí alrededor con su piel elástica y esos ojos claros; salta, canta, ¡grita!, después llora y hace ese bochornoso escándalo de nuevo, ama sentirse observado, que lo quieran, que lo mimen, que se rían de sus abyectos y obtusos comentarios. -Ahora vas a gritar más duro- le digo mientras ríe a carcajadas; mi cuchillo está un poco oxidado, hace mucho no era necesario usarlo, es pequeño y rustico, a muchas serpientes y roedores atravesó en los días de la guerra, la cacería no nos permitía ser exigentes; entra despacio mientras sus ojos se tornan grises. ¡Ah! Su sangre después de todo es roja y no más espesa que la mía, no es más que otro humano de pasiones y raciocinios perniciosos como los míos, esa sangre tibia sabe a lo mismo y se siente igual al toque de la piel; entonces la mirada lúcida se obscurece al cuarto contacto del filo y la punta oxidados, de mi diestro impulso malicioso y la satisfacción en mi rostro, los cortes se abren camino dentro de sus agallas, en medio de sus cojones, de esa valentía artificial, -te dije que no te metieras con mi trofeo-.