martes, 14 de junio de 2011

…códigos para un obtuso…

Siete menos cuatro. Juliana llamando. Un gato con unos audífonos gigantes acompañaba el anuncio y se agitaba en la pantalla de mi teléfono.

- Hola, ¿cómo amaneces?

-¿Llegaste? Te tengo una sorpresa.

-¿Una sorpresa? Rico, dale, ¿qué es?

-¡Taraan!-, cortó la llamada y apareció desde atrás de la división de madera, su cubículo estaba contiguo al mío.

-¿Lo notas? Lo pensé mucho pero al fin me decidí, dime que te gusta.

-Eh…-estaba confundido, para mí era la misma mujer que la tarde anterior se había bajado de mi carro a unas cuadras de mi casa, parece que la vida se empeñaba en ponernos juntos, la compañera de trabajo que alguna vez en la última semana me había advertido que llegaría a la oficina con algo nuevo. –Sí – respondí inseguro - Es una linda chaqueta-.

- No, mira bien - me dijo con una sonrisa infantil al tiempo que se llevaba las manos a la cintura –Esta chaqueta me la puse ayer, cretino-

Juliana tenía esa forma sexy de vivir que tienen las personas que son buenas en lo que hacen.

-Por eso, y ayer pasé por alto decirte que te queda muy bien.

Su gesto se hizo duro, me miró displicente y se dio media vuelta, entonces advertí que su zapatos eran diferentes, llevaba unos tacones carmín que a mi juicio serían de unos treinta centímetros o más. La tomé por el hombro.

-Espera, me parece un bonito color- le dije al tiempo que me le ponía de frente obstruyéndole la salida de mi pequeña estación de trabajo. Tan apretado como excitante resultaba estar dentro de mí aparente oficina y verla con esos tacones aunque fuera bajo el copioso uniforme de la empresa, una falda estrecha que a simple vista iba casi hasta los tobillos, y bueno, aunque a mí me parecieran todos sus zapatos iguales.  –Me gusta, bastante, podría acostumbrarme-.

Entre Juliana y yo no pasaba mucho, para mí se trataba de una extraña tensión de risas, miradas cómplices y llamadas absurdas y habituales del tipo –deja quieto ese pie que vas a tumbar la división-. La empresa nos prohibía hacernos visita pero no hablar por teléfono, políticas.  

-Me gusta tu olor, pero hazte a un lado, son las siete con tres. ¿Quieres almorzar?

Asentí. Me moví lentamente y me apoyé contra el escritorio,  la miré beligerante y la imaginé debajo del uniforme mientras golpeaba mi pulgar contra el borde de la silla, una extraña costumbre para los nervios.

-Seguro- le dije levantando la mirada de los tacones -te llamo a las doce. Buena mañana-

Se fue con una sonrisa en el rostro, su trabajo escogiendo unos deliciosos tacones había tenido efecto en mí y se lo hice saber. Probablemente al medio día me contaría la odisea para elegirlos y sobre las mil opiniones que había pedido para finalmente escoger aquellos que la hacían sentir más elegante pero cómoda, fresca pero formal, mujeres.

Me acomodé en la rustica silla de resortes descollantes y maltratadores que me habían asignado desde el primer día y prendí la computadora desprevenido, entonces todo tomó sentido. La noche anterior mi compañera había cambiado el papel tapiz del escritorio, una bonita fotografía nuestra del fin de semana pasado nos mostraba en un sitio de moda, algún antro mal decorado con precios elevados de los que yo poco disfrutaba pero que a ella le encantaban. Sosteníamos una cerveza y reíamos descuidadamente mientras Pablo se asomaba por encima de nuestras cabezas.

-¡Mierda!- la noche anterior Juliana llevaba el cabello rubio y hoy era notablemente oscuro y más corto. Por suerte cuando me preguntan suelo describir las cosas por los colores que tienen y no por lo que son, hombres.

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