viernes, 11 de marzo de 2011

…de la serie Ficciones de Catacarpio: Cinco afanosos, y ridículos, inicios de historia…

-¿Alguien tiene otra respuesta?- preguntó la profesora Consuelo mientras la clase parecía un tanto indiferente, era lógico, ya eran las 12:40 pm, faltaban cinco minutos para salir –¿nadie?- insistió.

De una de las esquinas traseras del salón se levantó una mano algo temblorosa pero enérgica –Yo. Creo que no hay diferencia entre subir el volumen o dejarlo como estaba, después de todo ya está hirviendo- afirmó Tomás mientras en un movimiento sincrónico cerca de cincuenta adolescentes, en una actitud que reflejaba desde fastidio y burla hasta desconcierto, volteaban a mirar hacia atrás para cotejar aquella blasfema opinión irreverente con un rostro.

-¿Está seguro, Aguilar?- preguntó Consuelo

-No, pero me parece de sentido común, no soy químico pero creo que la presión del agua…

Los hastiados rostros juveniles junto a sus perezosos cuerpos y cerebros se levantaron al unísono sin dejarlo terminar, se llevaban una lección sobre punto de ebullición y otra sobre la vida, la segunda les decía que opinar diferente es de pretensiosos soñadores y que a esos hay que darles bien duro, o en el mejor de sus casos no dejarlos opinar (cualquier parecido con la realidad no tuvo consecuencias para Tomás).

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-Aló, apá, siií, apá, ¿me escucha? Aló, apá, con Lina, bendición apá. Aloooó, hijueputa. ¡Ay, que desespero!, aló, apá, siií, con Lina, bendición papito. Siií, con Lina. Ah, que chimba con esta mierda. Aloooó, apá, siiií, bien papito, ¿y ustedes como están, apá? Siiií, si señor, ya sé que casi no se oye. No le escucho casi apá, ¡hable más duro! ¿Cómo?, no…, no me crea tan de malas con este trasto. ¿Aló? ¿apá? Siií, ¡ya sé!, espéreme que tras de que esta mierda no se escucha y acá hay una pichurria más boleta, habla más que un perdido cuando aparece, pere, no vaya a colgar, papito-.

-¿Le puedo pedir un favor, señor?- dirigiéndose a mí, que en ese momento repasaba mi taller sobre conocimiento de sí mismo para el grupo de preescolar. La dueña de una linda sonrisa paisa y un elegante ademán me hablaba -ay, ¿puede hablar más pasito? Es que casi no se oye-.

-Sí, apá, ya mejor, que cosa, ¡casi que no se calla esa pecueca!-.
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A Diana la conocí un día como la mejor amiga de Sandra, mi novia. No era ni bonita ni fea, ni delgada ni gorda, ni extravagante ni parca, una mujer discreta, casi etérea que hacía poco menos de un mes había entablado una relación que, como Sandra me dijo en más de una ocasión, no iba para ningún lado pero que le servía para calmar la ansiedad y gozar de algunos días de ensueño. El acompañante se llamaba Sergio, un jovencito apasionado con la revolución hecha en la divulgación de pasquines y el saboteo de sus clases de diseño con comentarios de corte político salidos de contexto.

Esa noche la pareja nos acompañó con unos tragos por invitación de mi novia, fue un encuentro muy dentro de lo común que no me dejó grandes recuerdos. Algunos días después Sandra me indicó que su amiga le había hecho saber que Sergio le había confesado conocerme de algunos años atrás en una de sus campañas revolucionarias de colegial, a mi me pareció inverosímil tanto por el sujeto como por las circunstancias

-En serio, él asegura que te conoció cuando montaban un plantón frente a un ministerio hace algunos años- insistía Sandra

-Ya te dije que jamás lo había visto, no insistas. Está mintiendo

-¡Ay, qué cosa!, que sí, que te conoce, acéptalo. Si hasta dijo que eras buena gente

-¿Lo ves? Pues por eso mismo, ¡está mintiendo! (¡Ja!, disque buena gente yo).
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-¡Que no, coño! Ya te lo dije, ¡no sé quién me envió el pinche mensaje! Se habrán equivocado, o sería mi esposo del número de alguno de sus amigos. ¿Se te olvida que soy una mujer casada?

-No, no se me olvida, tampoco que tu esposo no sabe si quiera contestar una llamada, anda, dime ¿compartimos la cama con un cuarto?

- Que idiota, las cosas que dices, todo por un mensaje equivocado de buenas noches, eres tan inmaduro (y ridículo) que me asustas.
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El sitio tenía un aire marrón y espeso que me hizo evocar fácilmente los años de la revolución vistos en las películas y en los periódicos de la hemeroteca, al poner mis pies dentro volví a los primeros años, a los puros fumados a escondidas después de ser robados del estuche del abuelo, a los besos de Doris, la púbera empleada de mi abuela, saboreados detrás de las puertas de todas las habitaciones de la casa. Ese lugar sabía a literatura y, desde luego, a danza. Mi acompañante, ufanándose de su previo conocimiento, me mostró el lugar con el orgullo propio de quien ostenta la riqueza ajena, me contó hasta donde pudo recordar la historia de todos los cuadros y máscaras puestos en las paredes y seleccionó la mejor mesa para dos, cerca a la pista, de sillas altas para no cansarnos. Pasó cerca de media hora hasta que fue ella quien se animó a invitarme a bailar, desde luego quería, me gustaba mucho pero la asertividad no es mi fuerte, fueron cinco o seis piezas en donde los ritmos latinos en todas sus variedades nos hicieron las delicias para iniciar la noche.

-Voy por unas cervezas – le dije.

Al llegar a la barra no supe reconocer con certeza si debía escandalizarme o reír, ahí estaba, del otro lado del mostrador se hacía ostensible una pelirroja de mi estatura y ojos tan rasgados y grandes como verdes; de su pecho colgaba un botón que decía –Janis-, no lo quise aceptar pero fue irreversible cuando al girar un tribal con mi nombre se asomaba en su omoplato izquierdo.

Llevaba yo un billete de diez mil en la mano, me lo rapó y le indiqué con los dedos que quería dos cervezas. ¡Mierda, cinco años de duelo tirados a la basura! Me sonrió (probablemente por no reconocerme) y me entregó las cervezas. –Quédate las vueltas- le dije mientras me alejaba presuroso. Me senté junto a mi compañera de noche –me siento un poco indispuesto, creo que te acompañaré hasta cuando quieras pero no bailaré mucho esta noche, igual puedes hacerte de muchas parejas, veo tipos que lo hacen muy bien. Ah, y de ahora en adelante siempre que queramos una cerveza vas tú por ella-.