jueves, 12 de noviembre de 2009

…¿y por qué no irnos para Nápoles (o para Barcelona)?...

Juan Pablo tenía los mismos ojos profundos y azules de su bisabuelo materno, ese par de canicas diáfanas y escudriñantes lo mismo llamaban la atención de las señoras casadas que de los jóvenes que pasaban a su lado de la mano de alguna mujer.

Y era tan normal que nadie sospechó nada en años, su hermana fue la primera en saber y aún a su madre se le fue a Italia siendo todo un hombrecito, el mismo que en una fiesta de noche buena había llegado a casa con una niña que le llevaba tres estratos y dos idiomas por delante, Juliana, la del carro bonito y los papás en el extranjero, y es que a todos nos pareció inverosímil que Juan Pablo fuera el responsable de tan noble visita, más increíble aún que ella lo buscara toda la noche y que llegada la madrugada se lo hubiera llevado en su fabuloso coche rojo para que tres días después llamara Juan a su madre informándole que estaba en Medellín en la casa de alguno de los tíos de Juliana. Poco después Juan Pablo anunció su viaje a Italia, Pedro, un amigo del hotel donde trabajaba le había propuesto ir a trabajar allá en principio como mesero pero le aseguraba que con el tiempo las cosas se le darían. Bueno, eso fue lo que nos dijo a todos.

El viaje se organizó en cuestión de semanas, Juliana, la del coche rojo, parecía ser la única que no se alegraba con el suceso; por fin un Peralta se iba a vivir al exterior y a ganar en dólares o en alguna de esas monedas raras de por allá –es que uno en la vida no se puede dejar pintar pajaritos así por así- le decía Juliana a Carmen, la mamá de Juan Pablo que parecía ser la más feliz con la idea de que su muchacho pisara tierra extranjera.

Juan Pablo dijo que llamaría en cuanto estuviera ubicado y así lo hizo –mamá, estoy en Nápoles, cerca del mar, la quiero mucho- fue lo primero que escuchó Carmen en la bocina que arrastraba el eco de miles de kilómetros al noreste. Según nos contaba estaba trabajando como mesero en un restaurante español, ganaba bien, y hasta nos sorprendió desde el segundo mes con giros de medio o un millón de pesos, según nos decía la vida era muy cara allá y pronto empezaría a buscar un nuevo empleo.

–Este par de ojitos me tienen que servir para algo más que levantarme a las muchachas de barrio- nos decía entre risas; poco a poco fue cambiando, pasaron seis meses y los giros se hacían más constantes, cuando le preguntábamos por su trabajo nos evadía o simplemente nos decía que hacia algunos turnos en el restaurante español y nos hablaba de sus compañeros de trabajo, latinos de familias infortunadas que habían tenido la suerte de llegar al otro lado.

Era poco descriptivo, siempre lo habíamos creído tímido y un tanto reprimido, sus opiniones eran comunes y había que sacárselas con alicates, en Colombia tenía un empleo rutinario como camarero en un prestigioso hotel, hecho que le facilitaba la vida, se hablaba poco y los oficios eran monótonos.

Nunca nos habló de Italia, de los museos, las calles, la comida o los artistas y nosotros, tan ingenuos como incultos nos conformábamos con sus descripciones de la casa donde vivía o con una que otra palabra en italiano que bien nos podía sonar a la misma de la primera o la última llamada que nos hizo, él por su parte se contentaba con decirnos que se trataba de -pan, -por favor, -gracias o -buenos días; nos parecía que había aprendido mucho. Según nos contaba vivía en una pensión con muchos de sus compañeros latinos del restaurante, era un buen ambiente y casi todos hablaban español y soñaban en la eternidad con reunir el suficiente dinero y regresar a su nación, ser prósperos y populares.

Una tarde sonó el teléfono intempestivamente, se oía distante y entonces supimos que se trataba de Juan Pablo, al otro lado una voz intermitente y festiva empezó a parlar cuando Carmen tomó la bocina, en un español lento e inocente saludó y preguntó por algún familiar de Carlota, al no entender Carmen le dijo que no conocía a nadie con ese nombre, la mujer entonces reaccionó y le preguntó si conocía a Juan Pablo y ante la afirmación de Carmen procedió a regarse en felicidades y agradecimientos porque según le decía tenía un hijo muy buen mozo y de muy buenos modales; en la distancia las risas eran claras –acá a Carlotita la queremos mucho, la felicito- dijo la mujer antes de colgar. Luisa lo sabía desde el principio –al fin salió del closet, ya venía siendo hora- me comentaba en un tono envidioso. Carmen no quiso comentar nada al respecto y cada vez que Juan Pablo llamaba actuaba como si nada, le preguntaba cómo iba el trabajo y le agradecía por los giros mensuales que cada vez alcanzaban para más y más cosas, le preguntaba si estaba comiendo bien y él, entre risas, le respondía que en los mejores restaurantes y que pronto la llevaría a conocer.

Pasaban diez meses de la partida de Juan Pablo cuando una noche entró una llamada con la misma voz pringosa de la mujer que un tiempo atrás se había referido a Carlota, esta vez preguntó por Carmen directamente y fue certera –lo siento mucho, Carlota era una buena muchacha, esta mañana la encontraron muerta, tenía muchos tiros en todas partes, estaba trabajando- en el fondo Carmen creyó saber de qué se trataba pero se negó a aceptarlo, solo quiso decirle a Luisa que tenía que hacerse cargo de que su hermano regresara para darle santa sepultura en el país; dos semanas después llegaba Juan Pablo, sin todos los millones que había soñado traer, una bolsa de empaque al vacío en la bodega había sido su asiento en el retorno.

Al querer reconocerlo, Carmen pretendió encontrar al joven tímido y trabajador que se había ido hace menos de un año, en definitiva Carlota era mucho más bella, tenia senos, y una cara perfecta y con maquillaje permanente, extensiones de cabello y una piel tersa que deformada por los impactos de bala no dejaba de ser más bonita que la de Luisa. Cinco tiros en el torso y uno que entró por la boca en el lado del labio inferior. Los gastos de envío del cuerpo habían sido cubiertos desde Italia y la persona autorizada a reclamarlo había sido referida con nombres y apellidos completos, además de dirección y teléfono personal.

En la casa de Nápoles la matrona del español jocoso no se animó a pasar al teléfono ante nuestras llamadas, tan solo pude hablar con un argentino llamado José Luis y al que llamaban Lucia –que tal, soy Tomás, el mejor amigo de Juan Pablo- me presenté. José Luis me dijo entonces que Juan Pablo jamás había trabajado en el restaurante español y que no salía de casa más que por la noche, no había conocido Italia, había llegado y a los dos días se había mandado a operar con cerca de 3000 euros en efectivo que consiguió de algún lugar, después de un mes había podido empezar a trabajar en las noches, la calle de Espalter era su morada, le iba muy bien, era bella y latina, apetecida por demás, pero en un negocio como ese no es muy bueno criar tanta fama, y menos una adicción a la heroína, casi la mitad de lo que ganaba lo invertía en la dama blanca y así se le iban los días en la calle, entre clientes y una inyección, y otra, y otra, así se fue dando a conocer, tuvo varias peleas callejeras por el polvo y a la casa ya casi ni iba, sin embargo, cuando lo hacía llegaba con impresionantes joyas y mucho efectivo, en la calle ya casi nadie la toleraba y se la pasaba más inyectándose que en el trabajo, fue así como se hizo la fama de peleonera, y lo peor, de "sidosa", los diarios amarillistas de esos días aseguraban que por eso le habían disparado a la latina de los ojos azules.