viernes, 24 de julio de 2009

...de memorias y punzadas...

La vieja no me deja solo, jamás me desampara, es que ha aprendido a conocerme en estos años de batallas, es que ha escrito en mis maneras y costumbres y juntos hemos visto pasar la vida sintiéndonos intactos pero desde luego haciéndonos marchitos, he aprendido a hacerle caso y a seguir su consejo casi como lo hacía con mi madre. Ah, y es que la vieja… y así me quiere, así me soporta. La vieja conserva ese toque jovial del día en que la conocí hace ya casi medio siglo. De vez en cuando le da por jugar y hace frente a mí esos desplazamientos rítmicos y calculados con los que mueve los brazos de lado a lado y la cadera al tiempo que avanza; intento imitarla, seguirle el paso pero en definitiva no puedo y ella sonríe. La suya es una sonrisa viva a pesar de la falta de algunas muelas, la mía, en cambio, aunque intacta la siento muerta pues si no fuera por su existencia no tendría ningún motivo para levantarme a diario. Y es que me he vuelto más melancólico y menos compasado con los años, aún recuerdo que no era el mejor y me parecía increíble haber robado el corazón de esa princesa que andaba de arriba para abajo con el mas tosco y escandaloso de la clase; siempre he creído que algo bueno debió haber visto en mi insólito talento para desbaratar los momentos bellos, así sin despedirme, sin saludar, romántico e inoportuno al tiempo, es mi forma de querer y así me ha sobrellevado.
Y así recuerdo estos años combatidos, la vida no me fue fácil, mucho menos conquistarla, siempre tan refinada, ese caminar moreno y ensanchado, esas caderas exuberantes y su boca diminuta, todo eso llamaba mucho la atención de los hombres y les hacia envidiarme, incluyendo a muchos de mis amigos y familiares, y por supuesto a unas cuantas de mis amigas, si algo aprendí en todo este tiempo es que no se necesitaba ser hombre para sentirse atraído por ella. Lo suyo eran los tragos caros y los buenos lugares, y sí que me costó trabajo llevar su ritmo, comprar el primer carro, una casa en un barrio nivel cinco, llevar a los niños al mejor colegio, por suerte le heredé a mi viejo lo ambicioso y lo tenaz; si que valía la pena ver esos hermosos ojos negros brillar con la alegría de los logros compartidos.
Y esas interminables conversaciones, nunca logramos ponernos de acuerdo en muchas cosas: sobre Dios, sobre su inexistencia o compasión, sobre lo mundano del orgasmo. Siempre me dijo que ella era lo mejor que me había pasado, y en repetidas ocasiones me decía –para ti soy indispensable, yo te ayudo a cumplir tu misión en la vida- su argumento era que conmigo reía bastante, lo cual, según ella, no era tan benéfico para ella como para mí.
Y si, la vieja es indispensable para mí, le pertenezco y ahora la veo ahí, con sus sesenta y cinco años que no son muchos y ese montón de aparatos que según dicen la asen a la vida, y me dicen que de salvarse puede quedar discapacitada, ciertamente no me importaría. Ah, y es que todo pasó tan rápido, primero la visión borrosa -¿está bien mi vieja?- le pregunté – no siento el brazo- me dijo con cierta dificultad, fue entonces cuando perdió el equilibrio y al suelo; y acá estoy, aferrándome con mi mano a su frágil esperanza de vida, empapándole las sabanas con mis lagrimas y susurrándole al oído -Yo no quiero encontrarme a nadie más que a ti al volver a casa, déjame creer que esto no es más que un mal sueño, solo sé que contigo he sido como en verdad puedo y quiero, con mis malos modales y mi conversación acelerada, con lo mal que muevo la cadera y lo pedante de mis modales. Las pérdidas son más fáciles de asimilar cuando sientes que no es mucho lo que tienes por perder, y yo contigo lo tengo todo, no te me vayas mi vieja querida-.