Hoy vi
a Linda, hace 2 años largos no la veía.
Recuerdo que esa vez, por allá en el diciembre de 2012, me alegró mucho el día
(y el mes) verla, tanto que terminé por comprar más regalos de los que me había
presupuestado para entonces. Mi familia fue la gran beneficiaria de mi
encuentro furtivo desde el Transmilenio con Linda.
Seguía estando igual: altiva, esbelta, erguida, delgada, elegante… en ese
momento la vi pasando la calle desde la ventana del bus, no me costó mucho
trabajo reconocerla, era ella sin duda.
Para el año 2010 Linda fue mi pareja de baile
de manera transitoria, montábamos una milonga en el grupo al que pertenecíamos
y por los azares de la vida los profesores estimaron que ella y yo seríamos la
pareja más notoria, juntos estaríamos al frente y en el centro.
Para
entonces yo no la conocía y tampoco lo pude hacer tiempo después, mi novia de
turno hacía parte del mismo montaje y era un tanto celosa, además Linda no era particularmente habladora. Lo único que me
llegó a contar entre ensayo y ensayo es que me llevaba más de 10 años (yo le
hablé de mi edad, 22 para entonces) y que jamás en la vida había trabajado.
Estaba haciendo un doctorado ahí en la universidad y en par meses se iría a
Alemania, todo en su vida, todo, hasta entonces, se lo habían costeado sus
padres.
Linda hacía pleno honor a su nombre.
Ensayamos
unas cuatro o cinco veces, no lo sé, faltando dos semanas para la
presentación Linda no volvió a los ensayos,
nadie sabía su número, su correo, nada, solo sabíamos que hacía un doctorado en
la Nacional.
Para aquel día de diciembre cuando la vi desde la ventana juré que si la vida
me la volvía a poner de frente le hablaría, le preguntaría cómo le había
acabado de ir con su doctorado y claro, si sus padres aún le daban para el bus.
Tuvo
que ser 7 de abril de 2015 para encontrármela de nuevo, sucedió siendo la tarde
de un martes cansado y rutinario en la estación de Transmilenio más cercana a
mi oficina, subimos al mismo bus y la reconocí desde el primer momento, tiene
la misma “lindura” de los días en que bailábamos. De pie me acomodé a su lado,
la miré fijamente, no fui capaz de hablarle, no supe o no quise saber cómo
decirle – ¿Linda? ¿Linda Rincón? ¿Me recuerdas?-, ¡no!; por todo lo que duró el trayecto
y estando a su lado la contemplé de manera casi descarada. Noté que se sintió
intimidada, cambió algunas veces de postura, me miró de reojo, palideció. En
fin.
Tarde
advertí que había llegado a mi destino, tuve que salir a empujones, sin despedirme,
sin una última mirada. Había perdido la oportunidad de hablarle, sin embargo,
en el recorrido le noté esas maneras elegantes que recordaba y algunos libros
en su maleta, pienso ahora que a lo mejor se dedica a la docencia. Especulo.
Absorto
pasé la calle; había perdido el chance y ya no me juré nada, -si la vuelvo a
ver la disfrutaré, la recordaré en esa milonga de hace 5 años y nada más- me
dije. Del otro lado de la acera tuve la sensación de ser observado, últimamente
me cerca la paranoia, la seguridad no es la sensación que más me transmite la
ciudad por estos días, agité la cabeza y pasé rápidamente la mirada a todas
partes en busca de amenazas.
Del otro lado de la avenida Linda me
miraba expectante, revisaba su bolso y me clavaba esos bellos ojos verdes, quise
sonreírle pero al advertir mi mirada bajó la suya, cerró la cremallera de su
bolso y echó a andar presurosa hacía el oriente, dirección opuesta de donde vivo,
de seguro que se fue con la sensación de que yo la miraba de manera insistente
en el bus porque la quería robar. De seguro no se acordó de nuestra milonga.